“Al despertarse, José hizo lo que el ángel del Señor le había ordenado, y recibió a su esposa” Se ha promulgado un edicto de César Augusto, y manda empadronar a todo el mundo. Cada cual ha de ir, para esto, al pueblo de donde arranca su estirpe. —Como es José de la casa y familia de David, va con la Virgen María desde Nazaret a la ciudad llamada Belén, en Judea (San Lucas 2, 1-5). José amó a Jesús como un padre ama a su hijo, le trató dándole todo lo mejor que tenía. José, cuidando de aquel Niño, como le había sido ordenado, hizo de Jesús un artesano: le transmitió su oficio. Por eso los vecinos de Nazaret hablarán de Jesús, llamándole indistintamente faber y fabri filius: artesano e hijo del artesano. Jesús trabajó en el taller de José y junto a José. ¿Cómo sería José, cómo habría obrado en él la gracia, para ser capaz de llevar a cabo la tarea de sacar adelante en lo humano al Hijo de Dios? San José, Padre de Cristo, es también tu Padre y tu Señor. —Acude a él. Un último pensamiento para ese varón justo, Nuestro Padre y Señor San José, que, en la escena de la Epifanía, ha pasado, como suele, inadvertido. Yo lo adivino recogido en contemplación, protegiendo con amor al Hijo de Dios que, hecho hombre, le ha sido confiado a sus cuidados paternales. Con la maravillosa delicadeza del que no vive para sí mismo, el Santo Patriarca se prodiga en un servicio tan silencioso como eficaz. Hemos hablado hoy de vida de oración y de afán apostólico. ¿Qué mejor maestro que San José? Si queréis un consejo que repito incansablemente desde hace muchos años, Ite ad Ioseph, acudid a San José: él os enseñará caminos concretos y modos humanos y divinos de acercarnos a Jesús. Y pronto os atreveréis, como él hizo, a llevar en brazos, a besar, a vestir, a cuidar a este Niño Dios que nos ha nacido. Con el homenaje de su veneración, los Magos ofrecieron a Jesús oro, incienso y mirra; José le dio, por entero, su corazón joven y enamorado.
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Para rezar junto a Belén, como un personaje más
San José
Evangelio de San Mateo 1, 24
Y en Belén nace nuestro Dios: ¡Jesucristo! —No hay lugar en la posada: en un establo.
—Y su Madre le envuelve en pañales y le recuesta en el pesebre. (San Lucas 2, 7)
Frío. —Pobreza. —Soy un esclavito de José. —¡Qué bueno es José! —Me trata como un padre a su hijo. —¡Hasta me perdona, si cojo en mis brazos al Niño y me quedo, horas y horas, diciéndole cosas dulces y encendidas!...
Santo Rosario, comentario al tercer misterio de Gozo
Es Cristo que pasa, 55
Camino, 559
Es Cristo que pasa, 38