“Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre», fue el anuncio del ángel a los pastores He procurado siempre, al hablar delante del Belén, mirar a Cristo Señor nuestro de esta manera, envuelto en pañales, sobre la paja de un pesebre. Y cuando todavía es Niño y no dice nada, verlo como Doctor, como Maestro. Necesito considerarle de este modo: porque debo aprender de Él. Y para aprender de Él, hay que tratar de conocer su vida: leer el Santo Evangelio, meditar aquellas escenas que el Nuevo Testamento nos relata, con el fin de penetrar en el sentido divino del andar terreno de Jesús. Navidad. Me escribes: “al hilo de la espera santa de María y de José, yo también espero, con impaciencia, al Niño. ¡Qué contento me pondré en Belén!: presiento que romperé en una alegría sin límite. ¡Ah!: y, con El, quiero también nacer de nuevo...” —¡Ojalá sea verdad este querer tuyo! Cuando llegan las Navidades, me gusta contemplar las imágenes del Niño Jesús. Esas figuras que nos muestran al Señor que se anonada, me recuerdan que Dios nos llama, que el Omnipotente ha querido presentarse desvalido, que ha querido necesitar de los hombres. Desde la cuna de Belén, Cristo me dice y te dice que nos necesita, nos urge a una vida cristiana sin componendas, a una vida de entrega, de trabajo, de alegría. Grandeza de un Niño que es Dios: su Padre es el Dios que ha hecho los cielos y la tierra, y El está ahí, en un pesebre, quia non erat eis locus in diversorio, porque no había otro sitio en la tierra para el dueño de todo lo creado. Jesús nació en una gruta de Belén, dice la Escritura, “porque no hubo lugar para ellos en el mesón”. Llégate a Belén, acércate al Niño, báilale, dile tantas cosas encendidas, apriétale contra el corazón... Ahora, delante de Jesús Niño, podemos continuar nuestro examen personal: ¿estamos decididos a procurar que nuestra vida sirva de modelo y de enseñanza a nuestros hermanos, a nuestros iguales, los hombres? ¿Estamos decididos a ser otros Cristos? No basta decirlo con la boca. Tú —lo pregunto a cada uno de vosotros y me lo pregunto a mí mismo—, tú, que por ser cristiano estás llamado a ser otro Cristo, ¿mereces que se repita de ti que has venido, facere et docere, a hacer las cosas como un hijo de Dios, atento a la voluntad de su Padre, para que de esta manera puedas empujar a todas las almas a participar de las cosas buenas, nobles, divinas y humanas de la redención? ¿Estás viviendo la vida de Cristo, en tu vida ordinaria en medio del mundo? Entrando en la casa, vieron al Niño con María, su Madre, y, arrodillados, le adoraron. Nos arrodillamos también nosotros delante de Jesús, del Dios escondido en la humanidad: le repetimos que no queremos volver la espalda a su divina llamada, que no nos apartaremos nunca de Él; que quitaremos de nuestro camino todo lo que sea un estorbo para la fidelidad; que deseamos sinceramente ser dóciles a sus inspiraciones. Tú, en tu alma, y también yo —porque hago una oración íntima, con hondos gritos silenciosos— estamos contando al Niño que anhelamos ser tan buenos cumplidores como aquellos siervos de la parábola, para que también a nosotros pueda contestarnos: alégrate, siervo bueno y fiel.
Evangelio de San Lucas 2, 12
Porque hemos de reproducir, en la nuestra, la vida de Cristo, conociendo a Cristo: a fuerza de leer la Sagrada Escritura y de meditarla, a fuerza de hacer oración, como ahora, delante del pesebre. Hay que entender las lecciones que nos da Jesús ya desde Niño, desde que está recién nacido, desde que sus ojos se abrieron a esta bendita tierra de los hombres.
Es Cristo que pasa, 14
Surco, 62
Es Cristo que pasa, 18
Es Cristo que pasa, 18
—No me aparto de la verdad teológica, si te digo que Jesús está buscando todavía posada en tu corazón.
Forja, 274
—No hablo de niñadas: ¡hablo de amor! Y el amor se manifiesta con hechos: en la intimidad de tu alma, ¡bien le puedes abrazar!
Forja, 345
Es Cristo que pasa, 21
Es Cristo que pasa, 35