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Para rezar junto a Belén, como un personaje más

Los Reyes Magos

“Después de nacer Jesús en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes, unos Magos llegaron de Oriente a Jerusalén preguntando: ¿Dónde está el Rey de los Judíos que ha nacido? Porque vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle”
Evangelio de san Mateo 2, 1-2

La meta no es fácil: identificarnos con Cristo. Pero tampoco es difícil, si vivimos como el Señor nos ha enseñado: si acudimos diariamente a su Palabra, si empapamos nuestra vida con la realidad sacramental —la Eucaristía— que El nos ha dado por alimento, porque el camino del cristiano es andador, como recuerda una antigua canción de mi tierra. Dios nos ha llamado clara e inequívocamente. Como los Reyes Magos, hemos descubierto una
estrella, luz y rumbo, en el cielo del alma.
Es Cristo que pasa, 32

Considerad con qué finura nos invita el Señor. Se expresa con palabras humanas, como un enamorado: Yo te he llamado por tu nombre... Tú eres mío. Dios, que es la hermosura, la grandeza, la sabiduría, nos anuncia que somos suyos, que hemos sido escogidos
como término de su amor infinito. Hace falta una recia vida de fe para no desvirtuar esta maravilla, que la Providencia divina pone en nuestras manos. Fe como la de los Reyes Magos: la convicción de que ni el desierto, ni las tempestades, ni la tranquilidad de los oasis nos impedirán llegar a la meta del Belén eterno: la vida definitiva con Dios.           
Es Cristo que pasa, 32

Narra el Evangelista que los Magos, “videntes stellam —al ver de nuevo la estrella—, se llenaron de una gran alegría.
—Se alegran, hijo, con ese gozo inmenso, porque han hecho lo que debían; y se alegran porque tienen la seguridad de que llegarán hasta el Rey, que nunca abandona a quienes le buscan.
Forja, 239

Jesús, que en tu Iglesia Santa perseveren todos en el camino, siguiendo su vocación cristiana, como los Magos siguieron la estrella: despreciando los consejos de Herodes..., que no les faltarán.     
Forja, 366

Démosle, por tanto, oro: el oro fino del espíritu de desprendimiento del dinero y de los medios materiales. No olvidemos que son cosas buenas, que vienen de Dios. Pero el Señor ha dispuesto que los utilicemos, sin dejar en ellos el corazón, haciéndolos rendir en provecho de la humanidad.     Es Cristo que pasa, 35

Ofrecemos incienso: los deseos, que suben hasta el Señor, de llevar una vida noble, de la que se desprenda el bonus odor Christi, el perfume de Cristo. Impregnar nuestras palabras y acciones en el bonus odor, es sembrar comprensión, amistad. Que nuestra vida acompañe las vidas de los demás hombres, para que nadie se encuentre o se sienta solo. Nuestra caridad ha de ser también cariño, calor humano. (…)
Hemos de portarnos como hijos de Dios con los hijos de Dios: el nuestro ha de ser un amor sacrificado, diario, hecho de mil detalles de comprensión, de sacrificio silencioso, de entrega que no se nota. Este es el bonus odor Christi, el que hacía decir a los que vivían entre nuestros primeros hermanos en la fe:¡Mirad cómo se aman!  No se trata de un ideal lejano. El cristiano no es un Tartarín de Tarascón, empeñado en cazar leones donde no puede encontrarlos: en los pasillos de su casa. Quiero hablar siempre de vida diaria y concreta: de la santificación del trabajo, de las relaciones familiares, de la amistad. Si ahí no somos cristianos, ¿dónde lo seremos? El buen olor del incienso es el resultado de una brasa, que quema sin ostentación una multitud de granos; el bonus odor Christi se advierte entre los hombres no por la llamarada de un fuego de ocasión, sino por la eficacia de un rescoldo de virtudes: la justicia, la lealtad, la fidelidad, la comprensión, la generosidad, la alegría.
Es Cristo que pasa, 36

Y, con los Reyes Magos, ofrecemos también mirra, el sacrificio que no debe faltar en la vida cristiana. La mirra nos trae al recuerdo la Pasión del Señor: en la Cruz le dan a beber mirra mezclada con vino, y con mirra ungieron su cuerpo para la sepultura. Pero no penséis que, reflexionar sobre la necesidad del sacrificio y de la mortificación, signifique añadir una nota de tristeza a esta fiesta alegre que celebramos hoy. Mortificación no es pesimismo, ni espíritu agrio. La mortificación no vale nada sin la caridad: por eso hemos de buscar mortificaciones que, haciéndonos pasar con señorío sobre las cosas de la tierra, no mortifiquen a los que viven con nosotros. El cristiano no puede ser ni un verdugo ni un miserable; es un hombre que sabe amar con obras, que prueba su amor en la piedra de toque del dolor.        
Es Cristo que pasa, 37